Mi base siempre está humeda, mi cima seca y soleada. Me
baño con los rayos del sol y el agua cristalina del Mediterráneo. Tranquilo en
invierno, soy espectador impasible del turismo en verano. Sus lanchas, motos
acuáticas y demás embarcaciones me rodean a gran velocidad. Sus ocupantes me
visitan, caminan por mi cuerpo, exploran mi piel y utilizan mi cima para
tumbarse y robarme un trozo de sol.
Imagen Carlos Martin Diaz |
Diviso el pueblo a lo lejos, con esa especie de monstruos
gigantes que los humanos construyen para poder vivir cuatrocientas o más personas en
doscientos metros cuadrados. Observo a mis hermanas de secano, las montañas,
que desde la lejanía me llaman y me cuentan anécdotas de los humanos.
Es lastimoso pensar, que los únicos seres vivientes del
planeta que fueron dotados de inteligencia la utilicen para la destrucción de
su propio hábitat. No voy a enumerar las innumerables barbaries que se cometen
contra la naturaleza por los humanos, porque es cosa sabida y no remediada.
Pero mis hermanas y yo nos quejamos, es lo único que podemos hacer.
Es duro vivir tantos años, como nos ocurre a nosotros, ya que somos observadores impotentes de la degradación de nuestro entorno.
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