Sinopsis
Carlota, una inteligente científica captada por instituciones gubernamentales internacionales para formar parte del “Proyecto”, el cual es creado para paliar las dificultades que envuelven al planeta Tierra en el siglo XXII, lucha por continuar con su ardua tarea, mientras su mente intenta hacerle flaquear por sus constantes preguntas sin respuesta.
Carlota, una inteligente científica captada por instituciones gubernamentales internacionales para formar parte del “Proyecto”, el cual es creado para paliar las dificultades que envuelven al planeta Tierra en el siglo XXII, lucha por continuar con su ardua tarea, mientras su mente intenta hacerle flaquear por sus constantes preguntas sin respuesta.
En
su pedregoso camino conoce la buena amistad, el amor y también la angustia y el
miedo.
La
realidad vil y cruenta a la que se enfrenta la hace recapacitar y esforzarse en
seguir en su difícil labor de reconstruir un planeta totalmente deteriorado y
repleto de vidas destrozadas y asoladas por la falta de medios básicos para
sobrevivir. A la vez, su tenaz visión de lo que sería su vida en el exterior la
hace emprender planes conflictivos y peligrosos.
Todo
ello en un contexto catastrófico y casi apocalíptico, en el que, a pesar de
todo, emergen, como en toda la historia de la humanidad a través de los siglos,
los valores y sentimientos intrínsecos al ser humano.
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Todo este embrollo se debía a un proyecto denominado Planet Objetive, en el que estaban
involucrados, prácticamente, todos los estados del mundo. Por una vez en la
vida; sin importar religiones, ideas, razas, ni resentimientos históricos; se
habían unido para este compromiso sin parangón, en el que su principal tarea
era el Plan Urgente de Salvación del Planeta y para el que trabajaban tanto,
todos los CEDI, como otros centros científicos repartidos por todo el mundo.
Existían otros planes más concretos dentro del proyecto, como el Plan Urgente
Contra la
Deshidratación y Enfermedades Respiratorias, y el Plan Para la Prevención Precoz
de Malformaciones Fetales, entre algunos otros. Todos ellos relacionados con
los problemas surgidos por las circunstancias del planeta. Situaciones, por
tanto, totalmente nuevas en la historia de la humanidad.
La
educación comenzaba al cumplir los tres años, hasta esa edad éramos atendidos
por profesionales expertos de noche y de día. Se nos seleccionaba lo mejor del
deteriorado planeta, y éramos los que teníamos más alta dosis de agua. En la
escuela nos iban clasificando según nuestras aptitudes, todos disponíamos de un
alto coeficiente intelectual, no obstante, había algunas diferencias, y para no
obstaculizar a los más adelantados no seguían un orden de cursos como en el
exterior.
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Javier Pais |
Pasamos por un colegio a la hora de salida de
los niños, el autobús se detuvo unos instantes para que apreciáramos la
situación. Los niños con mascarillas de oxigeno y fuertemente protegidos del
sol salían acompañados por personas que por su aspecto parecían sus abuelos,
pero que en la mayoría de los casos, eran sus progenitores e incluso hermanos.
El aspecto de las personas era impactante y horrible. Seres arrugados,
cubiertos de llagas, todos con grandes gafas oscuras y gorros, debido a la
prácticamente ausencia de capa de ozono de la atmósfera. Algunos de ellos, los
más afortunados, con mascarillas o cilindros portátiles de oxigeno.
Observé algunos padres que nada más recibir a
su hijo, les daban a beber de un pequeño recipiente. Otros, en cambio, miraban
de reojo a los afortunados y con semblante triste se llevaban a sus hijos,
rápidamente, antes de que se percibieran de ello. En total, del colegio
saldrían poco más de veinte niños, muy poco en comparación con las imágenes de
esas películas que veíamos en el centro, en las que de los colegios y escuelas,
salían un aluvión de niños corriendo gozosos a encontrarse con sus padres.
Niños sin mascarillas ni gorros y con un aspecto saludable y feliz. No era
necesario llevarles agua al colegio, porque en él ya bebían lo suficiente; ni
taparles la boca con una mascarilla porque el oxigeno todavía era respirable;
ni con ningún gorro; ni ponerles ningún protector en el cuerpo, porque el sol
todavía tenía capa de ozono para poder filtrar sus rayos ultravioletas. Hoy en
día aquello era impensable, en las escuelas no podían darles de beber porque
simplemente no había. El agua y el oxigeno se habían convertido en tesoros muy
valiosos. Hasta el punto de que mucha gente moría por deshidratación o
enfermedades respiratorias en edades tempranas.
Poder ver todo aquello en directo era un
revulsivo para todos nosotros, que potenció las ansias por llegar pronto a
nuestros laboratorios, ponernos a trabajar duro y no cesar hasta conseguir
terminar con todo ese sufrimiento.
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Detlef Schobert |
...
Era curiosa su semejanza, sus cuerpos eran como esculpidos en piedra, sus uniformes, pegados al cuerpo casi como una segunda piel, marcaban unos bíceps, pectorales y glúteos perfectamente definidos. Con una altura de unos ciento noventa centímetros, y unos rostros de aspecto sano y feliz, lucían espectacularmente entre ese escenario sobrio y frío. Incluso nosotros, y pese a nuestra disciplinada, severa y cuidada educación, parecíamos enclenques en comparación. Hablaban en perfecto castellano, pues, pese a su procedencia norteamericana, desde su nacimiento habían sido destinados en este país, y a partir de los tres años, residentes.
Cuando atravesamos la puerta que daba acceso a la sala principal del centro SOS, ellos quedaron atrás en posición firme y con el semblante impasible. Por otras puertas que daban acceso al mismo lugar, salieron el resto de compañeros que viajaban en los otros autobuses. Allí, en el inmenso hall, nos encontramos todos con nuestros profesores y los tres mandos militares utilizados en esta misión.
El lugar nos sorprendió por su sobriedad. Era un semicírculo con unos largos pilares de mármol blanco, el resto: paredes, escaleras e incluso barandillas, estaban construidas a base de piedra caliza sin pulir. En los laterales habían ubicado sendos ascensores panorámicos, para dar acceso a las distintas plantas y sótanos. Al fondo, justo en el centro del semicírculo, había un gran mostrador también en piedra como lo demás. Al mirar hacía el techo pudimos apreciar una gran cúpula transparente que iluminaba todo el recinto.
Jeremías se acercó al mostrador impaciente en el momento en que Adbalat aparecía tras uno de los pilares sito en la parte izquierda. Vestía una túnica blanca hasta los tobillos y unas sandalias en las que se dejaban ver unos dedos largos y finos. Sus ojos negros de mirada profunda, así como su tez oscura y demás rasgos parecían obedecer a una procedencia árabe o similar. Era un hombre de gran altura, esbelto y muy atractivo. Nos llamó la atención el pelo de su cabeza, oscuro y recogido en un pequeño moño, ya que la humanidad en general, incluidos nosotros, íbamos siempre rapados debido a una norma higiénica general en todo el mundo, salvo excepciones. La escasez de agua obligaba a tomar esta y otras medidas.
...
Su mirada era de una fuerza extraordinaria, sus palabras y su sonrisa me habían tranquilizado de una manera inusual. Continuaba saludando al resto de mis compañeros y yo seguía mirándolo sin cesar, con esa sensación de paz interior que había dejado en mí. Posteriormente al comentarlo con Gabriel y Lut comprobé que no solo había obrado en mí su penetrante mirada.
...
Estaba en pleno sueño cuando los gritos angustiados de Lut me despertaron. Provenían del pasillo exterior de los dormitorios, salí corriendo al igual que algunos de mis compañeros y profesores. No podía creer lo que estaba viendo, al fondo del pasillo Lut llorando y gritando desesperada abrazada a Gabriel que yacía en el suelo inerte. Conforme pude intenté calmarla, mientras pedía explicaciones a Adbalat que se hallaba en el lugar. Comenzaron a llegar unos hombres vestidos de un blanco inmaculado con varios utensilios médicos y una especie de camilla. Nos echaron del lugar y rápidamente rodearon a Gabriel poniéndole aparatos por todas partes. A continuación lo introdujeron en uno de los ascensores y se lo llevaron sin que hubiera abierto los ojos.
…
Continuaba hablando sobre mis virtudes y llegó un momento
en que su voz se hizo sorda para mis oídos, me sentía como incapaz de poder
tener los dos sentidos despiertos al mismo tiempo, porque la vista era en esos
momentos el sentido que ocupaba toda mi concentración, ya que soportar la
mirada de Adbalat, resultaba, aunque placentera, dificultosa.
Llegó a estar tan cerca de mí, que su aliento caliente me
rozaba el cuello y parte de la mejilla. Comencé a perder incluso el sentido de
la vista, cerré los ojos sin ser consciente de ello, solo era capaz de sentir
la presencia de Adbalat junto a mí. Mi cuerpo se estremecía, mi corazón latía
fuerte y rápidamente, en esos momentos estaba totalmente a su merced, hubiera
hecho cuanto me hubiera pedido, solo él era lo importante para mí.
Me abrazó por detrás de una manera delicada y suave,
deslizando sus largas y armoniosas manos por todo mi tronco. Me desabrochó el
uniforme y me lo abrió comenzando a besarme de una manera que solo él podría
hacerlo. Mis piernas, mi cabeza, todo mi ser se estaba desmoronando, no me
reconocía, nunca había sentido cosa parecida.
No sabía el motivo concreto pero me sentía abatida, no quería desperdiciar mis energías en seguir con esa investigación absurda en la que lo único que había conseguido era conocer unos datos de los que no podía informar a nadie por riesgo a involucrarlos, y volverme nostálgica de un pasado que podía haber sido y no lo fue.
El nombre de mis progenitores seguían en mi cabeza, y aunque lo evitaba no dejaba de hacer cábalas sobre mi familia.
Teníamos derecho a 30 días de descanso anuales, en dos periodos de 15 días. En los que teníamos prohibido utilizar la mente para el trabajo, debíamos descansar y dedicarnos al ocio. El Centro Médico así lo prescribía, era imprescindible que el cerebro y el cuerpo descansaran esos periodos, para poder estar en óptimas condiciones para el esfuerzo que suponía nuestro trabajo de investigación para el Plan. Así que, y aprovechando que hacía más de 6 meses que no había tomado ningún descanso vacacional, solicité mis 15 días, obviamente con la idea no precisamente de descansar, sino de tener tiempo para tramar el plan de mi huida del centro y posterior subsistencia en el exterior.
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Foto by Oneras https://www.safecreative.org/work/0809060958517-file-desierto-jpg |
Comenzamos el camino por el exterior entre extensiones de
tierra árida. Estaba lloviendo débilmente, un chirimiri de lluvia ácida como
era habitual. Circulábamos a poca velocidad lo que me permitiría apearme en el
momento más oportuno. Llevaba una bolsa de viaje envuelta a mi cuerpo con el
avituallamiento que había reunido con la ayuda de Osvaldo, además de mi malla protectora
y el resto de prendas y utensilios necesarios para sobrevivir en el exterior.
Nos acercábamos a un pequeño pueblo cuando me dispuse a
saltar del vehículo en marcha. El conductor y su acompañante permanecían en
silencio desde la salida del Cenfisos, lo que me facilitaba mucho las cosas,
pues no tenía nada preparado para ello, ni me había informado si entre los
conductores y los técnicos encargados del transporte existía algún tipo de
relación más allá de chófer y ocupantes. Por la abertura de cristal podía
observar el semblante serio y callado del individuo que nos transportaba, y
también por el espejo retrovisor por donde él podía verme a mí. Durante unos
segundos pensé la mejor forma de salir de ahí sin ser vista, pues de otra
manera pronto podrían darme alcance y subirme de nuevo al vehículo. Fueron unos
segundos muy angustiosos, en los que creí venirme abajo, los pensamientos se me
disparaban por doquier y temía que todo el trabajo hecho, tanto por mí como por
Osvaldo, no sirviera de nada. Fue una absoluta pesadilla de la que,
afortunadamente, salí airosa. Pronto me encontré fuera del vehículo agazapada
detrás de unos matorrales secos al borde de la carretera, esperando que el
vehículo se alejase, eso sí, con un descomunal dolor de espalda debido al
golpetazo tremendo al tirarme en marcha.
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Jujuly |
Caminé durante una media hora aproximadamente, con un calor
desmedido, ataviada con la mascarilla de oxigeno, la malla protectora solar, y
el uniforme del Centro Químico, del que debía deshacerme pronto para evitar mi
localización, ya que pronto en el centro percibirían mi ausencia y lo ocurrido
en el Servicio de Logística, dando la voz de alarma al proyecto y al Plan, que
no tardarían en tramitar las correspondientes denuncias e investigaciones para
dar conmigo. Era conocedora de demasiados asuntos secretos para el resto de la
humanidad, no podían arriesgarse a que ciertas “cosas” vieran la luz
popularmente.
Saqué de mi mochila una papelina hidratante, se trataba de
unas finas tiras de papel impregnadas de una sustancia que sustituía al agua
para evitar la deshidratación. Se instalaban en la lengua y se dejaban ahí
durante unos minutos, la sustancia iba impregnándose en la cavidad bucal y
aportando algo de hidratación al cuerpo. Era uno de los forzosos inventos del
siglo XXII para paliar la tremenda escasez de agua, de nada comparables a un
buen vaso de agua, pero ello era un auténtico lujo, y mucho más en mi
situación, atravesando una especie de desierto a cuarenta y tantos grados y
huyendo de una organización muy poderosa.
Desperté en una sala que me era familiar, esas paredes de acero inoxidable, el tono de la luz, el color de las puertas. Pronto estuve rodeada de figuras humanas tapadas por completo con prendas blancas.
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Detlef Schobert |
Desperté en una sala que me era familiar, esas paredes de acero inoxidable, el tono de la luz, el color de las puertas. Pronto estuve rodeada de figuras humanas tapadas por completo con prendas blancas.
-
Ha despertado, ha
despertado –decía uno
-
Sí, ha despertado
avisad a Adbalat deprisa –decía el otro.
Estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos del servicio de
salud del Cenfisos, no entendía que hacía allí, lo último que recordaba era una
de las calles de Vallestiu por las que caminaba sin rumbo fijo.
Pese a ir completamente tapado con
la bata, gorro y mascarilla protocolarias del lugar, lo reconocí al instante.
Su figura alta y bien dibujaba, su aire sosegado, su templanza. Se acercó a mí
y agarrándome de la mano me miró a los ojos. La mascarilla en forma de verdugo,
dejaba asomar sus grandes y profundos ojos negros.
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